CUENTOS DEL ASILO, parte I

Tengo que contarte de mi abuelita «F». Desde el primer ida que fuimos al asilo, se me dijo que ella estaba muy mal. Al verla por primera vez, era evidente. Estaba en la sala de entrada, sentadita en una silla de ruedas muy fuera de lo común, mirando al vació. Seguimos adelante visitando a los que lo  habían pedido. (Recuerda que fue la primera vez y me andaban enseñando todo). Cuando terminamos, de regreso pasamos por la sala de entrada de nuevo, una de las enfermeras nos alcanzó y nos dijo que la abuelita «F» nos estaba tratando de seguir. La directora del asilo, me dijo: Ella está muy mal, si alguien necesita terapia es ella. ¡Y de repente, allí estaba!

Cuando la vi, me dirigí a ella. Me miró con una incógnita en sus ojos ¿La conozco? ¿Quien será? Comencé a platicar con ella, sin esperar mucho. Le mostré a Chacha, extendió su mano, acariciando su peluda piel, sonriendo ligeramente. Nos quedamos con ella como diez minutos, yo sobando su brazo ligeramente, dejándola sentir el calor humano y también el de mi perrita. Al irnos me despedí de ella dándole un beso en la mejilla. Le prometí volver cada vez que visitemos el asilo.

He cumplido mi promesa, la hemos estado visitando fielmente cada vez que vamos al asilo, una vez por semana. Comencé a ver los cambios en ella un día que la encontré en su cuarto. Estaba sentada en su sillón. La salude alegremente y le puse a Chacha en sus piernas. ¡Abuelita «F» estaba sonriendo! Me platico de su familia, de su esposo, de sus hijos. ¡Como cualquiera otra de las abuelitas allí!  ¡Era increíble! ¡Estaba yo sorprendida!

En otra ocasión, la encontré en la sala y allí tuvimos nuestra visita. Acariciaba la piel peluda de Chacha mientras platicábamos. De repente, me dice: ¡Tres pulgas! ¡Le vi tres pulgas! Las enfermeras que estaban allí y yo nos soltamos riendo. ¡En serio! ¡Tiene tres pulgas! Insistió. ¡Nos reímos hasta que nos dolía la panza! ¡La abuelita «F» dijo un chiste! Jajajajajajajajajajajajaja…

La semana pasada, cuando me vio mi abuelita «F» me sonrió desde lejos. Le dije que tan bonita se veía con su collar negro. Me dijo que había sido un regalo de su esposo. Cuando al fin terminamos, le vi una mirada dulce, de reposo. Ya no estaba con esa mirada «ida» con que la vi el primer día. Lo que haya sido que causo el cambio en ella, lo acredito a mi Padre quien le ama con un amor inefable. ¡Que privilegio el mio de tener una pequeña parte en su vida!

¡Dar es mejor que recibir!